miércoles, 10 de agosto de 2011

Martha.

Era otro día, ella sentada en su silla,
ansiosa y desesperanzada
eso era lo que de su cara admiraba,
como esperando algo que cambiaría su vida.

Martha era su nombre
nombre corto pero de un vida larga,
como siempre esperando a ''su hombre''
que su mente imaginaba.

Cumpliendo su rutina de cada día
tomaba un baño a lo que amanecía,
perfumándose con fragancias
que desbordan esperanzas
de encontrar a ese hombre
que la amara sin arrogancias.

Vestíase Martha, con sus mas humildes trapos
que enamorarían a cualquiera
a cualquiera de su barrio,
sentíase ella la más hermosa, la más presiosa
creyendo que con eso, ese amor
respondería a su más desesperado clamor.

Érase ella otra vez sentada
en esa pobre silla desgastada,
quizás por los años o por tanto usarla,
mecíase ella un poco deseperada
al no ver llegar a ese hombre que la amara.

Casi vieja y solterona y una soledad
que en su casa habitaba,
su única compañera 
que no la haría sentir decepcionada.

Veíala yo ahí sentada
en el recibidor de su casa
meciendose, viendo a cada hombre que pasaba
a ver si volteaba;
y así la mirara y quizás de ella se enamoraba,
ninguno la veía, ninguno la observaba
no notaban su presencia, como que si fuera nada.

Quizás era de un corazón muy bello
como que para que un ser común 
lograra presenciarla,
y así intentar enamorarla.

Cada hora que pasaba 
sus esperanzas la horcaban
trayendole a la mente
que no vale esperar
algo que nunca a su vida iba a llegar.

Terminando el día 
encontrábase ella otra vez 
en su decepción
del tanto esperar la llegada de un amor
a su pobre corazón; 
dormíase pensando en que algún ser la viera
y que por fin decidiera
sacarla de esa soledad tan inmensa.

Eran tantas sus lágrimas
que la dormían sin piedad
dándose por vencida 
queriendo que la muerta decida
acabar con su tempestad.

Otra vez encontrábase el sol posado en su cara
despentándola de los sueños
que resultaban ser engaños
haciendole creer que su hombre había llegado.

Y una vez más estaba Martha
sentada en esa silla
sin saber que su amor la esperaba,
que alguien la observaba;
seguía ella esperando 
ese momento que tanto ha imaginado.

Pero seguía ella sin saber
que a la vuelta de la esquina
yo yacía esperando que algún día 
la viera pasar por la acera de mi vecindad;
si tan solo supiera que yo la esperaba;
que ella  me gustaba.

Tanto había deseado que nunca esperara
que el amor a su vida llegara
sino que fuera directo a él,
y le dijera todo lo que sentía, 
pero que más da, 
ella nunca supo que yo existía.

Miguel Aular.