Otra vez yo escribiendo mis líneas
con pulso tembloroso
algo miedoso
de lo que pueda pasar,
una tras otra
mis lágrimas caían
mojando mis páginas
ahogando mis letras
de las duras penas,
que importa,
igual morirían quemadas
por el odio que sentía
o también ahogadas
ahogadas en sangre
de la que mi herida salía
la sangre algo apresurada
como queriéndome abandonar
para dejarme al fin morir en paz
esa que nunca tuve,
aunque escribir éstas un poco me dio a conocer
un poco de lo que llaman paz.
Qué importa que nadie pudiese leer
las líneas que de mi rabia
amor, odio y desprecio surgieron,
seguiría siendo ese hombre invisible
y a la vez invensible,
al que nadie escuchó
al que nadie leyó
del que nadie supo,
que amaba, odiaba, sufría y lloraba
sólo el silencio supo escucharme, sentirme,
sólo el suelo supo sostenerme
pues más bajo no pude caer.