viernes, 4 de abril de 2014

''Acepto''.


Y vino a mí inesperada, sin avisar. No hay nada más incómodo que una visita que no esperas, pues, no sé si por casualidad o simple coincidencia, siempre te toman en tus peores momentos. Aun así acepté su llegada, quise ser lo más educado posible; le ofrecí un poco de café y la invité a conversar. Sabía que el motivo de su visita no sólo era eso, quería tomarme y llevarme con ella. Todos conocemos su nombre, muchos le temen, pocos -como yo- no nos produce miedo, en cambio, nos llama la atención, la vemos cómo nos rodea, cómo nos observa, podemos sentir como nos persigue, la sentimos a nuestras espaldas siguiéndonos a donde vayamos, ansiosa, esperando el momento perfecto para robarnos un beso que nos deje sin aliento. Y antes de que me hiciera la pregunta -aunque dudo mucho que la hiciera, pues ella no se anticipa, no te pregunta ni mucho menos te dice cuándo llegará- le dije: Acepto.

Ella se quedó inmovil, no esperaba que de mi boca saliera tal palabra, así como yo no esperaba su llegada. Ambos estupefactos, nos miramos a los ojos. Los suyos negros, tan negros y obscuros como la noche, como el pelaje azabache de un lobo. Una mirada tan profunda que podía sentir como caía en ellos, cómo descendía metros y metros y no tocaba fondo. Seguidamente, tomó un sorbo de su café, puso la taza nuevamente en la mesita, se inclinó hacia mí y me besó. Quizás haya sido el beso más amargo que me hayan dado en mi vida, dejó en mis labios un sabor a aceitunas, sentí cómo mi lengua se contraía, se retorcía entre tan amargo sabor que su beso me dejó. 

Mi lengua ahora yace en mi estómago digiriéndose, no pude decir nada más que ''acepto'', la conversación nunca continuó. Acepté la muerte como un regalo, como un don que se me concedió, se me dio el conocimiento, supe qué es la muerte, descubrí el misterio que a todos tormenta y tan sólo por no temerle.

En un pestañeo rápido volví a la realidad; me encontraba otra vez en mis delirios, imaginándome una de esas conversaciones extrañas que me invento con ella, me levanté del sillón, me quedé mirando al vacío por unos segundos, giré hacia la mesita y tomé las dos tazas de café y las llevé a la cocina.

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